TENÍA LAS MANOS heladas, hacía frío esa tarde en la ciudad. Iba con todos sus bártulos encima y pensando en lo bien que le había caído ese tipo de sombrero cinematográfico y gestos de la vieja canallesca con el que acababa de hablar. Caminaba por el paseo de la Audiencia rumbo a su próxima cita. Pasó por el mercadillo navideño extendido a los pies de la Catedral. Iba con tiempo. Se paró frente a uno de los puestos. Una rana mágica de ojos saltones y corona real le había llamado la atención unos días antes y se decidió a comprarla. La rana se asocia siempre con personajes encantados, puedes probar dándole un beso en la boca, en caso de no transformarse ni tú ni ella en príncipe o princesa, igual te dará mucha suerte y te ayudará a dar ese salto en la vida que siempre has querido dar y nunca te has atrevido. Cuando la dependienta terminó de ponerla para regalo, le tendió el billete para pagarla. Pero ella en vez de cogerlo, le entregó una tarjeta: Sonríe. Alguien ha sido generoso contigo. Ahora tú puedes hacer lo mismo por otra persona… Le contó que un día antes, una estudiante italiana que por allí pasaba había dejado pagada una rana mágica a la próxima persona que la comprara. La universitaria, a tantos kilómetros de distancia de su casa, se había emocionado al ver las pequeñas esculturas del Taller Sur al mismo tiempo que lamentaba que en su pueblo natal, de tradición alfarera, se estuviera extinguiendo el oficio. Carmen, que así se llama la artesana de Moaña que está al frente de este puesto, se emocionó más que ella, asombrada por lo caprichoso que es el destino, porque, casualmente, su pareja, que es quien modela estas figuras, es uruguayo con ascendencia italiana. Se maldecía por no acordarse del nombre de ese pueblo italiano. ¿Y si era el mismo que el de los antepasados de su novio? Quizás la nostalgia vuelva a llevar a la estudiante hasta este puesto de artesanía y continúe ese hilo. El que lo hará seguro es el de esta llamada revolución altruista. Es muy fácil. Ten un detalle sencillo con alguien, déjale esta tarjeta de forma anónima y… ¡Mantén el espíritu del juego! Ideas sencillas, consecuencias transformadoras. Tras saberse tan afortunada, conocer la historia y pensar dónde dejaría esa tarjeta, se apresuró hacia su cita. Pero, desde luego, ese gesto sí la había hecho sonreír. Se lo contó entusiasmada a propios y extraños y anduvo toda la noche (y aún sigue) en las nubes.

Almudena Sánz

Tomado de: El Correo de Burgos

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